Publicado en la Revista Iguazú nº 28. Pg. 60 – Myriam Mercader
Paul Auster, poeta, escritor y cineasta norteamericano ha sabido establecer una peculiar relación con el Azar. Desde muy joven ha experimentado situaciones azarosas a las cuales decidió no buscar explicación racional sino simplemente aceptarlas por lo que son, materializaciones cotidianas de todo un mundo de interacciones que desconocemos en su gran inmensidad y que sin embargo de vez en cuando afloran por un instante y se dejan ver por aquellos que como Auster perciben que puede haber algo más que lo que prosaicamente nuestros sentidos logran apreciar.
La obra de Auster exhibe un magistral y misterioso diseño de las más elegantes estratagemas, trucos, engaños y suerte de hélices de doble eje que el destino depara a sus siempre asombrados personajes. Su literatura se nos presenta con la exactitud de una pieza musical confrontada – y a la vez beneficiada – por las tensiones de la existencia humana que mantienen al personaje siempre en la cuerda floja. Su mejor prosa tiene algo de la sutil comedia de Beckett y la ironía, inteligencia y humor de Borges, abundando en doble especulaciones sobre cuán solitaria y a la vez avasallada por multitudes un alma puede aparecérsenos dentro del paisaje extenso y mineral que nos rodea.
Flaubert escribió hace un siglo “Creo que la ficción del futuro existirá en algún lugar entre el álgebra y la música”; si hubiera agregado “sobre una base de emoción verdadera” hubiese estado describiendo la noción que Paul Auster tiene del ser humano como instrumento – un instrumento original – tocado por la música del azar.
Desde muy joven Auster sintió esta atracción por lo que algunos llaman casualidad o azar y que él prefiere denominar contingencia. Hace muchos años, la cuñada de Paul Auster estaba enseñando inglés en Taipei cuando entabló conversación con otra joven americana. Pronto descubrieron en el correr de la conversación que ambas tenían hermanas que vivían en el mismo piso del mismo edificio en la misma calle de New York. Cuando Paul Auster estaba escribiendo The Locked Room y ya había decidido que la última escena del libro sucedería en una casa de Boston: el número 9 de Columbus Square, tuvo necesidad de viajar a esta ciudad. Decidió que sería interesante hospedarse en la misma casa que había ficcionalizado para su obra ya que pertenecía a un buen amigo suyo. Una vez en Boston tomó un taxi y dio la dirección al taxista. Inmediatamente el hombre espetó una carcajada. Resultó que había vivido en el mismo apartamento donde hoy el amigo de Auster tenía su estudio. Parece ser que en los años cuarenta el edificio había sido un peculiar hostal y durante todo el recorrido el taxista le estuvo contando historias de la gente que entonces lo había habitado. Historias de prostitución, películas pornográficas y drogas. Auster confiesa que le resultó difícil no creer que se lo había inventado todo y que el taxista se había materializado desde las páginas de su propia obra de ficción. “Era como haber conocido al espíritu del lugar sobre el cual estaba escribiendo. El fantasma del 9 de Columbus Square,” escribió.
Historias verdaderas como éstas y muchas otras aparecen en The Red Notebook o en Why Write? Sin embargo, Auster no solo las recopila en textos ex profesamente sino que forman parte innata de su literatura y sobre todo de su vida. Su novela The Music of Chance nos recuerda que el azar tiene su propia música y que su partitura nos envuelve sin que podamos desembarazarnos de ella. “el azar da forma a nuestra vida” dice Auster “lo inesperado ocurre con pasmosa regularidad,” “Los hechos riman” – continúa – “y la rima que crean cuando los observamos en su totalidad nos demuestra que cada hecho involucrado altera asimismo al que tiene próximo, como cuando dos objetos físicos se encuentran y sus fuerzas electromagnéticas no solo afectan la estructura molecular de cada objeto sino al espacio existente entre ellos. De esta misma forma dos hechos que riman establecen una conexión en el mundo agregando una nueva sinapsis que deberemos rastrear a través de la plenitud de nuestra experiencia”.
Un periodista de Entertainment – Gregory Kirschling – que se entrevistó con Paul Auster en su edificio brownstone de Park Slope donde el escritor reside hace muchos años, cuenta que con motivo de su encuentro con Auster, llegó a desear, también él, protagonizar algo azaroso, austeriano. Personalmente no tuvo esa suerte, sin embargo, Auster le explicó que unos días antes, cuando se disponía a mantener una reunión con otro periodista, un peatón se les acercó y sacando un libro de su bolso pidió a Auster que se lo firmara. Acababa de comprarlo, un libro suyo y así de repente, inesperadamente, Auster había aparecido en su camino. El ticket demostraba que no mentía. Auster rió y le comentó al periodista que no lo había planeado para impresionarlo, era tan solo una coincidencia.
Llevo estudiando la obra de Paul Auster muchos años y es tema de mi tesis doctoral, de tal forma que cuando decidí ir a New York con mi familia por primera vez no pude evitar la tentación de acercarme a Brooklyn, a la esquina de la Segunda con la Séptima Avenida donde Paul Auster reside – la misma esquina que aparece fotografiada en la portada americana de la novela The Brooklyn Follies. No deja de avergonzarme un poco lo baladí de la idea ante la cual, no obstante, sucumbí sin remedio. Todo era nuevo para nosotros y sufrimos varios contratiempos antes de dar con el lugar; en realidad llegamos mucho más tarde de lo previsto y nos dimos de bruces con el edificio casi sin darnos cuenta. Cuando giré la mirada para apreciar la majestuosa construcción de piedra marrón, en ese preciso instante, la figura un tanto encorvada y vestida de negro de Auster apareció ante mi vista. Caminaba lentamente hacia nosotros, probablemente volvía a casa de comprar sus cigarrillos en un estanco próximo – como Paul Benjamin en su film Smoke. Venciendo mi instintiva timidez le saludé y le comenté lo extraño de la situación. También él tímidamente me dijo: “What can I tell you!” – qué puedo decir, esto me pasa continuamente.
Afortunadamente, llevaba mi cámara y Paul Auster tuvo la amabilidad de dejarse retratar conmigo, pues de otra manera creería que me había traicionado la necesidad de que me sucediera algo austeriano, como al periodista de Entertainment. Siento un profundo agradecimiento a los incidentes fortuitos que retrasaron mi trayecto a Brooklyn ya que fueron los responsables de que también yo hoy forme parte de esos intrincados hechos que tejen la rima total del universo auteriano – un instrumento más tocado por la misma música del azar.

Epílogo :
Nota de Nuria Rita Sebastián, editora de la Revista Iguazú, en su blog.
Momento “Paul Auster”
Hoy por fin he podido quedar con Myriam Mercader, que ha publicado un artículo en Iguazú n.28 sobre su afortunado y casual encuentro con Paul Auster en Nueva York. Toda nuestra conversación, como no podía ser de otra manera, ha girado alrededor del azar y las cosas que suceden muchas
veces sin prestarles atención, pero que parecen llevarnos en una dirección clara. Así, he acabado hablándole de Casa Tía Julia (esa locura en la que me he metido) y es cuando ella me ha comentado que precisamente el personaje de la novela que está escribiendo se llama “Julia”, por ser un nombre muy vinculado a sus generaciones antepasadas. Por si no fuera poco, al hablarle de la pared empapelada de manera absolutamente kitch que yo quiero conservar igual (mejor dicho, no “igual”, sino que quiero conservar “el mismo”), me ha preguntado: “¿no será de color amarillo?” y
sí, claro, ese papel es de color amarillo (de flores amarillas). Entonces me ha citado el relato “The yellow wallpaper“, que yo no conocía y que a ella le ha venido a la cabeza cuando le explicaba sobre la casa. En fin, todo muy “Paul Auster”, con una cosa llevándonos a otra y tirando tan a gusto del
hilo. Nunca me cansaré de decir que estas conversaciones son lo que compensan todo el esfuerzo de seguir con Iguazú en marcha.