El Espíritu de J.L. Borges en la ruta picassiana.

Portada del libro

Prólogo

Desde Borges a Picasso: un trabajo telúrico de Myriam Mercader

Desde hace unos años  sigo la trayectoria de las  investigaciones borgianas de Myriam  Mercader, y lo que más me fascina de este proceso es ver cómo esta labor ha ido progresando hasta llegar  a tener tal calibre y profundidad que uno tiene la sensación de que en cualquier momento el escritor bonaerense puede  sentarse con nosotros y participar en el debate.

Este don que tiene Myriam para transmitir emociones y sensaciones solo es posible cuando se tiene una gran capacidad de comunicación y una pasión vital que comparte de manera empática y fluida.

Filóloga, Investigadora, escritora, creativa y apasionada por la vida, tiene todo aquello que se necesita para ejercer una labor de alquimista; y por ello,  en el preciso instante en que se presentó la ocasión de establecer, dentro de un recorrido picassiano, la esencia y la presencia de Jorge Luis Borges, no lo dudó y lo hizo de manera tan natural que pudiera parecer que ambos artistas fueran cubistas dentro de un laberinto habitado por incisivos minotauros.

Hay autores que sintonizan como nadie en las coordenadas vitales de lo que es y deja de ser real, sin por ello perder el norte de una labor existencial etérea, volátil y lo suficientemente efímera como para sólo ser captada en ráfagas que se materializan en un instante extraordinario de genialidad suprema por aquellos que saben moverse entre ambas realidades. Artífices de estos instantes mágicos Borges y Picasso ocupan un lugar privilegiado en estas encrucijadas dimensionales. Es por ello que cuando Myriam aceptó el reto de sintonizar en el espacio y el tiempo a estos dos genios excepcionales, a través de  la “Revista Caminada Visual Picasso”, uniendo la poesía visual con la poética de la acción, lo hizo con plena conciencia de que el destino había movido sus hilos para que en la ciudad malagueña que vio nacer a Picasso y con la que Borges mantuvo una estrecha relación afectiva, tuviera lugar el encuentro entre ambos, oficiado por el gran maestro de ceremonias Francisco Peralto, y relatado por ella.

Las páginas que vienen a continuación son aquellas que se leyeron a lo largo del recorrido y que dieron pie a una serie de acciones donde la palabra y la imagen fueron de la mano hasta concluir  en una especie de simbiosis vibrante del fenómeno de la creación.

César Reglero Campos

El espíritu de Borges en la Ruta Picassiana

Borges escribió que no es exagerado afirmar que las historias de la pintura se pueden dividir en tres clases abominables: a) las cometidas por personas que entienden de escribir y no de pintar; b) las cometidas por personas que entienden de pintar y no de escribir; c) las cometidas por ‘ambizurdos’ que ignoran esas dos actividades con igual perfección.

Huelga decir que la lección del maestro argentino no ha caído en tierra baldía.

No obstante, nos permitiremos considerar oportuno concluir estos maravillosos nueve meses de Poesía Visual con un recorrido Picasso-borgeano por esta Málaga que tanto significó para ambos artistas.

La Poesía Visual inmediatamente se nos aparece como la síntesis de trazos: unos que forman palabras, otros que forman imágenes. Y mientras las palabras irremediablemente nos llevan a Jorge Luis Borges, las imágenes no pueden ser más significativas que las surgidas del genio de Picasso.

El metafísico alemán Georg Simmel imaginó dos “estilos de existencia”: el estilo sistemático, que satisface nuestra necesidad de regularidad  y simetría y que podría estar representado por el círculo; y el estilo progresivo que sigue una línea recta que nos lleva al infinito, nunca satisfechos con nuestros logros. El estilo de Picasso así como el de Borges son ejemplos maravillosos de línea recta, ya que ambos fueron creando por impulsos y si miraron atrás fue para subvertir; eligieron sus referencias entre un inmenso repertorio de estilos existentes y a partir de ellos comenzaron a crear.

Se dice que Picasso dijo de sí mismo “Yo no busco, yo encuentro”. Así encontró el cubismo del cual comentó: “Cuando ‘inventamos’ el cubismo, no teníamos la menor intención de inventarlo. Sólo queríamos expresar lo que había en nosotros.”

El Picasso explorador de su propio arte lleva al artista a una concepción nueva de la comunión entre el alma y el arte. “El cubismo no trata sobre la realidad,” dijo una vez  “es más como un perfume que está frente a ti, detrás de ti, a los lados. El aroma se siente en todas partes, pero no sabes de donde viene.” Nuestro otro viejo enamorado del arte y de Andalucía – Jorge Luis Borges – supo sentir algo muy similar por lo que se  esconde en la palabra y en su poema La Brújula escribió:

Detrás del nombre hay lo que no se nombra / hoy he sentido gravitar su sombra/ en esta aguja azul, lúcida y leve.

Ambos artistas comparten similar sensación de que la creación es una búsqueda interminable que lleva a plasmar lo predestinado tan solo a sentirse. Así el poeta y el pintor comparten más que un sentimiento, curiosamente se revuelven dentro de los mismos laberintos, y crean los mismos minotauros.

Picasso comentó: “Si todos los caminos que he andado se marcaran en un mapa y se unieran con una línea, podrían representar un minotauro.” No en balde el minotauro es su alter ego y tozudamente aparece, una y otra vez, en sus cuadros. El laberinto de Borges no es menos obsesivo dentro de una obra que bien podría complementarse con la del pintor, ya que  Picasso es el más grandioso creador de minotauros de nuestro tiempo y Borges el mejor creador de laberintos de la historia de la literatura y así, el minotauro de uno es el laberinto del otro.

Siguiendo el hilo de nuestra particular Ariadna, vemos que nos lleva por mundos azules y rosas; mundos imaginarios donde se mezclan el azul del Viejo Guitarrista de Picasso con La rosa profunda de Borges y la inmensa tristeza del Viejo Ciego con niño con la del viejo maestro Paracelso al comprobar que su aprendiz no confiará si no le demuestra que primero puede quemar la rosa y luego devolverle la frescura. Se nos aparecen los Tigres azules, que para el argentino no son animales sino piedras mágicas capaces de saltar de una dimensión a otra, enlazados con saltimbanquis y payasos rosas que en la obra picassiana también representaran a su ejecutor.

Si el suicidio de su amigo Carlos Casagemas dejó a Picasso lleno de dolor y tristeza y lo zambulló en su época azul,  la muerte del padre de Borges y el posterior accidente que sufriera el escritor le descubren una extraordinaria capacidad para narraciones fantásticas que reflejará en El Sur o en Funes el Memorioso.

Los laberintos tienen algo de misteriosos y de inexplicables y el que hoy nos atañe no escapa al enigma. Este rasgo no es otro que la relación de nuestros autores con las mujeres: modelos o musas. A Borges se le ha tachado de misógino y a Picasso de voyeur. Llaman pues la atención estos adjetivos tan encontrados que nos exigen una mirada más cercana.

En el Museo Picasso de Barcelona tienen un dibujo cuya ficha técnica es la siguiente: Desnudo tendido con Picasso sentado a sus pies. Barcelona, 1901. Tinta y acuarela sobre papel, 17.6 x 32.2 cm. De ella deducimos que es pequeña y que Picasso la pintó con solo 20 años. Sin embargo lo relevante en la obra es que Picasso se incluye como modelo y no solo eso, el modelo Picasso siente la necesidad de tocar a la mujer modelo.

Esta comunión erótica de artista, modelo y espectador no le es ajena a Borges desmintiendo a aquellos que vieron en él a un misántropo, a la vez que lo acerca aún más al malagueño.

Por citar un solo ejemplo recordemos el comienzo del Aleph, en el que Borges – una vez más protagonista en sus relatos – recuerda el día en que murió Beatriz Viterbo y la llora: “muerta yo podía consagrarme a su memoria, sin esperanza, pero también sin humillación.”  Asimismo se convierte en espectador del objeto de deseo:

De nuevo aguardaría en el crepúsculo de la abarrotada salita, de nuevo estudiaría las circunstancias de sus muchos retratos. Beatriz Viterbo, de perfil, en colores; Beatriz, con antifaz, en los carnavales de 1921; la primera comunión de Beatriz; Beatriz, el día de su boda con Roberto Alessandri; Beatriz, poco después del divorcio, en un almuerzo del Club Hípico; Beatriz, en Quilmes, con Delia San Marco Porcel y Carlos Argentino; Beatriz, con el pekinés que le regaló Villegas Haedo; Beatriz, de frente y de tres cuartos, sonriendo, la mano en el mentón…

¿Porqué hablar entonces de Borges cuando celebramos a Picasso? Si aún no hemos encontrado suficientes razones, podríamos agregar que Borges trató a la escritura como Picasso a la pintura.

En Borges la ficción y el poema se confunden y se fusionan, ya que sus ensayos se aderezan con ficción y sus poemas con filosofía. El cubismo picassiano sintetiza y adelgaza las formas pero contiene asimismo un bagaje inconmesurable. Los libros de Borges forman una biblioteca creada por una imaginación estimulada  por otra biblioteca. Picasso dijo: “yo soy grande porque voy a lomos de un gran animal”. Se refería a todo un legado de artistas que le ayudaron a crear su propio mundo artístico.

Picasso fue un rebelde que nunca quiso romper con sus raíces. Eugeni d’Ors dijo de él acertadamente que era un hombre de oficio que buscaba la eternidad según una tradición.

Borges hizo lo propio con la literatura. Para el maestro escritor ya todo estaba escrito. No valía la pena leer nada nuevo – tan solo cabía releer. Si acaso todo lo que el artista podía  hacer era crear a sus precursores y de esa manera mágica saltar de una dimensión a otra como el Pierre Menard que re-escribió el Quijote o el Picasso que reencarnó al artista de Altamira, engrandeciéndolo si cabe.

Cuando a Borges le preguntaron cuál era su mayor ambición literaria contestó:

Escribir un libro, un capítulo, una página, un párrafo que sea todo para los hombres, que prescinda de mis aversiones, de mis preferencias, de mis costumbres, que no se alimente de mi odio, de mi tiempo, de mi ternura; que guarde (para mí como para todos) un ángulo cambiante de sombra; que corresponda de algún modo al pasado y aún al secreto porvenir; que el análisis no pueda agotar; que sea la rosa sin por qué, la platónica rosa intemporal del Viajero querubínico de Silesius.

Probablemente si a Picasso le hubieran preguntado por su cuadro ideal habría expresado un sentir muy similar. Lo que sí sabemos es que un día explicó “Yo no digo todo, más pinto todo.”  Con este mismo afán de inclusión total,

Borges pergeñó el Aleph, su punto sincrónico que todo lo contiene: el espacio y el tiempo y por supuesto también a Borges y a Picasso y a nosotros. En esta dimensión puntual y totalizadora que Borges supo contemplar en un sótano olvidado de una casona a punto de ser derribada, el arte y Borges y Picasso y nosotros estaremos siendo uno y todos  – o tal vez ninguno – en este preciso instante. Borges y Picasso fueron capaces de sintetizar en sus obras todo lo que ya existía y sin embargo sus genialidades innovadoras harán que su impronta permanezca indeleble para disfrute de todos aquellos que los frecuentamos.

Myriam M. Mercader

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